*Por Catalina González
Imagínese que esta es de esas historias clásicas, imagínese específicamente que esta historia es como la de un país, o como la de una selección de fútbol (no-conocida-por-todo-el-mundo, a.k.a. indie), que en plenos noventas alcanzaría la gloria (con nombres igual de no-conocidos-por-todo-el-mundo, a.k.a. genios revolucionarios que luego harían historia y marcarían generaciones). Obviamente, como toda historia, rápidamente parecería como si todo fuera a terminar. Pero cómo? Si esta fiesta estaba recién empezando? Hablamos de Perry Farrell y de las ideas que generan equipos, familias. Hablamos de 1991 y el primer Lollapalooza, de la música en formato road trip, del post-punk, del grunge, de la electrónica y todos juntos, revueltos. Hablamos de “Alternative Nation”, de la injusticia de que Kurt Cobain no llegara a tocar, de cuando ponías MTV y todavía podías ver música. Hablamos de cuando muchos pensaron que había llegado el fin de todo eso.
todos caben en esta sociedad secreta
Imagínese que -por suerte o quizás por lógica, o quizás por los dos-, ese grupo de personas se preparan y renacen, y ascienden desde el silencio para volver a hacer ruido en los campeonatos importantes. Vuelven a poner el nombre de los suyos en los titulares, incluso ganan por goleada allá donde le den ganas de ir a jugar. Porque misteriosamente Lollapalooza siempre juega de local, no importa que los medios lo tilden de “visita”. Si alguna vez ha ido, sabe de lo que estamos hablando. Hablamos del 2003 y de los intentos, del 2005 y de Chicago. Hablamos del 2011 y el aterrizaje acá mismo, que suerte para nosotros, acá en Chile.
jean con jean con jean con jean: acá todos los uniformes valen
Así, hace algunos años he tenido el gusto de conocer a la gente de Lollapalooza. A esa masa indefinible de personas que pasan por tus ojos durante dos días. Son los mismos que hace 20 años se juntaron, se fueron de fiesta, crearon un tipo de juego propio, un festival donde todos pueden participar –a quién le importa que no te conozcan, eso va a cambiar después de que te vean jugar acá-, tan grande, tan inclusivo, tan consciente y diverso, que incluso da para que lo podamos catalogar de sociedad. Alta sociedad. De las mejores versiones de sociedad que me tocó ver.
antes nadie era tan cool desde tan chico, preparémonos.
Al principio de cada reunión el equipo parte haciéndose el fuerte, pero cuando entra a la cancha todo se olvida. A veces empiezan mirándose feo en el metro, porque hace calor, porque todos quieren llegar rápido, pero cuando pisan el Parque O’Higgins, todos individualmente se ven muy únicos y muy distintos, tanto que empiezan a sentirse familiares, iguales. Están los que le enseñan a los niños que está bien subirle a la guitarra, están los que no salen de esa fiesta electrónica del Arena y viven un par de días en la oscuridad. Están los que firman por el matrimonio igualitario, los que persiguen botellas y vasos plásticos para reciclar. Están los que ven todo desde el pasto, desde las lomitas entre los árboles, y están los que corren por el Parque, metiendo la cabeza en el agua que vean para bancarse los más de 31º. Están los “si nos perdemos, nos juntamos en la entrada”; las “hueonas, se mueren, patié al Juanpi”; los “podís pararte ahí? Ahí, ahí, justo ahí! es que me hacís sombrita”. Están todos! Todos con todos! Algunos dicen haber visto a Jesús!
selfie con Jesús, obvio!
Están las familias, los pololos, los shores cortos, los palos de selfie, las coronas de flores, los nuevos hippies, los coches con guaguas que a diferencia de las de Woodstock saben de bloqueador. Los bototos, los algodones de azúcar, algo de sicodelia quizás, en el fondo de los bolsillos, y están las banderas de tantos países, todas juntas en esta misma nación. Porque, qué es una selección de fútbol, si no una nación itinerante? Qué es este festival si no un grupo de personas que se reúnen cada cierto tiempo, se miran, se reconocen, se mezclan sin darse cuenta, al ritmo de alguna guitarra muy fuerte. Hablamos de los Robert Plant, los Jack White, los Kings of Leon, las St. Vincent y hablamos de todos los valientes dispuestos a peregrinar de noche por Avenida Matta, con un pito en el oído y una sonrisa en la cara, porque ya pasaron por el rito anual de Lollapalooza, ya se convirtieron en parientes, en hermanos, en amigos, en manada, moviéndose de acá para allá y allá para más allá, en su propia fiesta patria. La misma que cada año vuelven a celebrar, juntándose cada vez en más partes del mundo, para volver a hacer todo de nuevo. Todo de nuevo. Con la rigurosa exactitud de una exitosísima sociedad secreta.
Para que me crean que todo esto acaba de pasar otra vez, este fin de semana, acá va una parte de este registro/proyecto, llamado “La sociedad secreta de los ciudadanos de Lollapalooza”.
